Proporción Cordobesa



En 1951, el arquitecto Rafael de la Hoz Arderius sometió a numerosos aspirantes a una beca de la Diputación de Córdoba al Test de Yale. 

Test de Yale:  Se presentan dos rectángulos: uno “notablemente rechoncho” y otro “acusadamente alargado”. Entre uno y otro ha de poder dibujarse uno que sea el rectángulo equilibrado, bello, perfecto. Dibújenlo o elijan entre alguno de estos.



Lo normal habría sido que, como ya ocurriera en otras ciudades del mundo, la mayoría de los encuestados hubiera dibujado el rectángulo áureo. Sin embargo, se encontró con la sorpresa de que dibujaron un rectángulo sensiblemente más achatado.
El primero es un rectángulo cuyos lados tiene la misma proporción que el radio y el lado del decágono regular, es decir 1,618. Ésa es la proporción áurea, que “ha sido tomada por canon de perfección suprema” y que está en la obra de Leonardo Da Vinci, Le Corbusier, Velázquez, en la Torre Eifel, Notre Damme, el Partenón o en la secuencia del caparazón de un caracol. Esa misma proporción es referencia para cuestiones tan dispares como diseñar una maquetación de un diario o un logotipo hasta la cantidad de pétalos en una flor o se descubre en la disposición de las hojas de una alcachofa. Digamos que, esa “divina proporción” de 1,6 “corresponde por semejanza a Dios en sí mismo”, según Luca Pacioli. Miles de obras de arte tomaron como guía esa proporción para alcanzar la belleza.

Fue Euclides en el siglo III antes de Cristo quien en su libro “Los elementos” la descubre. En 1120 a Euclides solo se le estudiaba en esa “Atenas medieval que fue Córdoba”. Así que los británicos enviaron a una especie de espía (Adelhart de Bath) para introducirse como alumno en la escuela matemática cordobesa y robar un ejemplar en árabe de “Los elementos”. Éste se tradujo al latín y, suponemos, acabó inspirando a Da Vinci, Fibonacci y otros estudiosos del tema. Así que, aquel libro cordobés fue quien repartió por occidente las claves de la teórica belleza suprema.
Y claro, si fue Córdoba quien manejaba ese conocimiento, la proporción áurea debía estar en Córdoba y en los vestigios que habían ido quedando aquí previos al Renacimiento. La sorpresa fue mayúscula al “no encontrar la proporción armónica en ninguna traza relevante de la ciudad”. Así que Córdoba estudiaba y conocía antes que el resto del continente ese supuesto cálculo de lo bello, pero no lo usaba.
Rafael de la Hoz, cuando realizó aquel test para seleccionar a los becarios, detectó que el cordobés encerraba la belleza en un rectángulo de proporción 1,3. Una cifra que luego se supo que resultaba de la relación entre el radio y el lado del octógono, y no del decágono como en la proporción áurea. Ese 1,3 se encontró en las esculturas romanas de Córdoba, en sus mosaicos y en obras posteriores. Se eriza la piel al leer a de la Hoz recordando que octogonal es el Mirhab de la Mezquita, las torres de la Malmuerta y San Nicolás, o la del Homenaje del Alcázar, el cimborrio de la Catedral, las fuentes del Potro o la Merced o la propia plaza octagonal de Aguilar de la Frontera. Añadir que la “proporción cordobesa” está en la fachada de la Sinagoga, Santa Marina, la Iglesia de Capuchinos o en la propia planta de la Mezquita, le sirve a de la Hoz para concluir que “esas fábricas demuestran la no aceptación de los patrones teóricos, la lealtad de un pueblo a su propio y recio acento”.
El experimento continuó midiendo todos los cuadros relevantes de las principales pinacotecas del mundo y adivinen: la proporción media encontrada fue 1,3 y no 1,6. Después ha sido localizada también en la Giralda, el Acueduto de Segovia, la Puerta de Alcalá, incluso en las Pirámides de Egipto o en la Pirámide de la Luna (s. III d.C.) de la mexicana ciudad ritual de Teotihuacan.
Texto extraído de Cordópolis
http://cordopolis.es/las-cosas/2014/02/13/la-proporcion-cordobesa/

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